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a abril 18th, 2012

  1. Morir en Alabama

    abril 18, 2012 by Alejandra Juno

    Me acabo de dar de cuenta de que no hay viaje en el que casi no muera, pero, queridos lectores, en conciencia les digo que creo que de todas mis posibles casi muertes hasta el momento, la de Alabama hubiera sido sin lugar a dudas la más letal. Supongo que tendré que ponerles en antecedentes. Corre por ahí el malintencionado libelo de que siempre me quedo sin gasolina, rumor que mi agente parece incapaz de contrarrestar. ¿Y por qué? ¿Porque me he quedado una vez, y quien dice una, dice cuatro, cinco veces tirada en la carretera? Mi madre va contando a quién la quiera oír que en una ocasión me quedé sin gasolina en las montañas de Asturias para dejarla allí abandonada. Pero, por favor, mamá, eso no tiene ningún sentido. ¿Cómo te iba a abandonar yo si tú viste que no tenía gasolina para salir pitando? Al caso. Lo cierto es que yo estoy siempre muy pendiente del tema del carburante, pero chico, es decir que hay que repostar e inmediatamente me veo traspapelada al Triángulo de las Bermudas. Desierto a mi alrededor.

    Viajábamos mi amigo Pierre y yo a Nueva Orleáns, doce horas enteras y verdaderas de conducción, cuando con el tanque aún a un cuarto, con la voz muy engolada, pronuncio mi famosa frase: «hay que echar gasolina». Como un clavo. Desaparecen las gasolineras de la faz de la tierra. Son las tres de la mañana y ya estamos en Alabama. Pese a que no he muerto ninguna vez, créanme si les digo que honestamente creo que no hay peor lugar para morir en el mundo occidental que Alabama. Conducimos, conducimos y nada. Apago el aire acondicionado para ahorrar unas gotitas y la aguja sigue bajando. Vemos un cartel que anuncia una gasolinera, pero cuando llegamos a la supuesta salida, allí no hay cartel ni hay nada. Y ahora déjenme que pontifique como buena europea atusándome los bigotes que cuando se trata de señalizaciones, Estados Unidos no se lleva la palma. Aquello está oscuro como una noche sin luna y sin farolas, y digo toda llena de razón que eso no puede ser la salida. Pasamos de largo. Un montón de kilómetros más y no volvemos a ver ni una sola indicación de petróleo. Empiezo a sudar en silencio. Pierre, que tiene mucha pachorra, como si no fuera con él, pero yo voy repasando mentalmente el santoral. Es Semana Santa.

    Matojos

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