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El ático del diablo

24/09/2018 by Alejandra Juno

Anoche fuimos a una atracción de Halloween. Desde que llegué a este país y descubrí este género, no ha habido un sólo año en el que me lo haya perdido. Con esto quiero expresar mi total y completo compromiso con este tipo de espectáculo. Al fin y al cabo es teatro, ¿no? Teatro en el que los actores no te tocan, algo que advierten muy seriamente a la entrada. En fin, en la mayoría de los teatros los actores no te tocan. Afortunadamente. A veces te escupen, eso sí. En los espectáculos de Halloween también. Pero a la manera del teatro de verdad, te escupen sin querer. Ayer mismo un actor me escupió a mí, pero sólo porque estaba muy dentro del papel y yo muy cerca de él. Era una especie de demonio guardián del infierno, o algo similar. Nos dio entrada al ático del diablo entre escupitajos. Porque yo siempre quiero ser la primera, el perdigón me dio de pleno. Pero no me importó, porque como todo el mundo sabe, yo amo el teatro.

Estos espectáculos tienen una estructura muy definida. El público va pasando de habitación en habitación y en cada una, los actores recrean una situación terrorífica: que si la niña del exorcista, que si un destripador, que si un doctor loco, que si un hombre con una sierra mecánica… Lo de la sierra mecánica es lo que más grima me da. Pero sinceramente, le he ido cogiendo el tranquillo con los años. El problema este año afloró con R. Como se va en grupo, porque hay que maximizar la inversión, es de capital importancia ir al frente del mismo. Esta vez lo tuvimos fácil porque con nosotros venían unos padres con tres niñas pequeñas y amablemente nos cedieron en el paso. Digreso aquí, si es que existe la palabra, que una de las crías fue llorando todo el camino. Pero al lío: si una quiere sentir los sustos de verdad, tiene que ir en cabeza, porque si no, ya llegan como un eco perdido. Con lo que yo no contaba era con R. que resulta que también quería ir también el primero. No creo que nadie pueda explicar con palabras la danza de cortejo que R. y yo bailamos para intentar en cabeza sin que se notara mucho que queríamos ir en cabeza. Lo que más me atufaba era cuando me cogía de la mano, como para protegerme, pero con su pulgar encima del mío, lo que inmediatamente le ponía al frente. En verdad reconozco que si hay algo que despierta mi ser más atávico es cuando alguien se me intenta colar en la cola. Y éste era el mismo R. queriendo arruinarme el terror.

Pero era yo la que había recibido el perdigonazo, y eso, es un grado.

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