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El béisbol en la liga mayor

28/09/2018 by Alejandra Juno

El otro día asistí a mi primer partido en la primera división de béisbol de este país. No sé si se dice así, pero nos entendemos. Jamás he prestado mucha atención a los deportes, y menos a los deportes americanos, aunque en general menos a cualquier deporte. Mis motivos para ir al béisbol se reducen a dos: o algún fanático me arrastra, o alguien viene a visitarme y yo lo arrastro a él/ella para que viva la experiencia. La cosa es mucho la experiencia y poco la chicha en cuestión. Reconozco que las cosas que aborrezco del béisbol son las mismas cosas que lo hacen grande. Muy grande. Por ejemplo, a mí me parece que tiene unas reglas complicadísimas. Al ser un juego asimétrico la cosa tiene su enjundia. Pero esa complicación en las reglas hace asimismo que los hinchas tengan una serie de habilidades cognitivas digamos más agudas que las necesarias para entender otros deportes. El juego es lentísimo, pero por eso mismo la afición observa el partido en calma, sin mucho sobresalto, sólo en momentos puntuales. Por último, los partidos son infinitos; 3 horas no nos las quita nadie en el estadio. Pero una vez más eso hace que asistir a un partido de béisbol sea un poco como reunirse en el bar con los amigos o la familia. Uno no va en realidad a ver el partido, que sí, sino que también a socializar, levantarse a dar una vuelta, ir a comprar un perrito caliente, gritarle al de los cacahuetes para que te tire una bolsa, o levantarse junto al estadio al completo después del séptimo inning para estirarse, recolocar los gluteos y cantar el famoso «Take me out to the ball game».

A mí lo que me gusta del béisbol, y mucho, es la narrativa construida alrededor del béisbol. Son todas esas películas con las que hemos crecido aunque no tuviéramos ni pajolera idea de de qué iba el deporte. A mí me gusta ver a Gary Cooper con su uniforme a rayas y sus pantalones por la rodilla en «The pride of the yankees» (1942), conocida en España como «Sus dos pasiones», o me gusta ver a Dennis Quaid, ya cuarentón, consiguiendo entrar en la liga profesional en «The rookie» (2002) porque tiene un brazo mágico y los sueños se cumplen tarde o temprano. Me gusta ver a Kevin Costner creyendo en que «Si lo construyes vendrán» como mantra único para no rendirse jamás en «Campo de sueños» (1989) y me gusta ver a Robert Redford en «The natural» («El mejor» 1984), porque bueno, porque a mí siempre me gusta ver a Robert Redford. Me gusta ver a los padres hablando con los hijos mientras tiran unas bolas en el jardín, porque sí, porque eso pasa en Estados Unidos. Y me gusta que esos guantes usados formen parte inherente de la infancia y biografía sentimental de cada americano.

A todo esto, tengo que comprarme un bate de béisbol porque, como todos sabemos, no se puede bajar de noche al piso de abajo en pijama sin blandir uno con determinación.

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