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Mi gran noche redneck

04/03/2012 by Alejandra Juno

Y se preguntarán ustedes qué es un redneck. Literalmente alguien con el cuello rojo de tanto trabajar al sol. En traducción del diccionario, un paleto. Visten con jeans, posiblemente botas de cowboy, suelen llevar viseras, a veces con estampado de camuflaje, y dependiendo de la zona del país parecen vaqueros o cazadores, con esos chalecos imposibles. Para mucha gente representa lo peor de USA. Para otros, el americano prototípico. Para mí… ¡hey, apuntadme! Es fácil vivir en NYC, con todos los brokers, los cosmopolitan, los trend-setters y los hipsters. Pero dónde se vive la experiencia americana, americana de verdad, es teniendo lo que hay que tener para entrar en un bar de rednecks.

Yo no sólo tengo lo que hay tener, sino que me presenté allí vestida de Angus Young. Vamos, de colegiala, con mi falda escocesa y mi blazer negr0. Si vas a hacer algo, hazlo bien. El kilt pegaba en aquel contexto como a un Cristo dos pistolas, y perdonen la crudeza. Las afueras del bar atestadas de hombres, que yo juraría que llevaban la escopeta escondida en algún lugar bajo la ropa (no creo que se alegraran de verme), y un par de mujeres vestidas de Madonna en «Like a virgin». Regreso al pasado-pasado que nunca ha de volver. Como no creo que ese sea el atuendo oficial redneck para las féminas, me inclino a pensar que tenían algún tipo de fiesta temática. Yo, ante la necesidad, resuelvo tener la mía propia: AC/DC. Y mucho gesto de rock on.

Totalmente en serio: caímos en semejante antro por error. Pero una vez que te has bajado del coche, clavado cada una de tus botas de agua en el suelo con amenazante parsimonia y te has quedado allí, enfrente de todo ese hombrerío, las miradas sostenidas, los matojos secos volando de un lado a otro, no queda más remedio que sacar pecho y seguir adelante. Los hombres mascando tabaco contuvieron el trituramiento mientras atravesábamos el grupo reclamando un derecho que parecía no pertenecernos: el de entrar allí a tomarnos una cocacola. Se hizo el silencio. Se apartaban a nuestro paso. Algunos tardaban más de lo necesario, desafiantes, pero no aminoramos el ritmo. Posiblemente lo que nos esperaba dentro era peor. De pronto uno nos intercepta el paso, nos increpa con voz profunda y rasgada y dice: «guachi-guachi-guachi». Nos quedamos de piedra. Miradas encontradas. No hemos entendido nada. Mucha tensión. Silencio. Matojos. El redneck nos mira impaciente y de no muy buen café. Entonces yo me armo de valor y le respondo en perfecto acento de Buckingham: «Excuse me, Sir, I beg your pardon?». Repite: «guachi-guachi-name-guachi». Deducimos que nos pregunta cómo se llama el garito. Le damos la preciada información y acto seguido se la pasa a su amigo por teléfono. Está un poco piripi. Todos los están. El ambiente pide a gritos una pelea y mi falda de cuadros escoceses es la excusa perfecta.

Cuando entramos por fin, más de lo mismo. La banda, «The Steady Eddies» tocan en un curruncho apartado que posiblemente algún día estuviera cercado por cables pastor. El chuick-chuick gomoso de mis botas de agua ensordece al personal y la música para. Me miran como si fuera el mismísimo General Custer. Estamos en el Sur, o sea, con asco. Me encamino hacia la barra. Allí el camarero me suelta otro «guachi-guachi» y yo, con mucho control, estampando mis dólares sobre la madera, pronuncio desafiantemente: «una zarzaparrilla». Me la sirve con tanto ímpetu y desprecio que me salpica toda. La chaqueta es de antelina. Espero que no quede cerco. La música se reanuda y me dirijo a la pista de baile. Allí hay cuatro gatos haciendo lo propio, porque la mayoría del personal prefiere estar apoyado en la pared, sujetando su cerveza y mirando hacia todas partes con ira. Los «Steady Eddies» tocan «Highway to hell». Es mi momento. Porque hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.

Como no tengo guitarra, llevo el arte del air guitar a sus más altas cotas y doy los pasitos de rigor de Angus Young aprovechando para hacerme con la pista a codazos. Los primeros minutos de la canción los rednecks no salen de su asombro. Tienen el cuello lívido de la impresión. Pero pongo toda mi alma en ello, también algunos ligamentos, y poco a poco, con mucho sacrificio y sufrimiento, me los voy ganando y de paso asegurando nuestras vidas. Después de tres o cuatro canciones a saltos, viene una redneck de unos sesenta años y me saca a bailar. Me planteo si mi vida sentimental está finiquitada. Me da unas reviravueltas que no encajan para nada con el estilo de las canciones, pero a mí que me quiten lo bailao. Sigo con el mismo ritmo durante tres o cuatro temas más haciendo mucho el rock on, meneando mucho la cabeza de adelante a atrás, presumiendo de melenaza en plan metal glorioso. Ahí ya nadie se atreve a chuparme cámara. Ya estoy sola entre la banda y el respetable. Tocan entonces «(You gotta) fight for your right (to party)» de los Beastie Boys y ya entro en éxtasis. Les dedico todo el espectáculo a mis rednecks del alma y cada vez que llega el estribillo «you gotta fight for your right to party» les señalo a ellos directamente, enardeciendo a las masas. Me aplauden. Cuando acaba la canción vienen a saludarme entre ovaciones. Me dan palique, les dicen a mis amigos «she is the best» y finalmente uno me ratifica: «Welcome to America».

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7 Comments »

  1. Carlos dice:

    Para la próxima te llaman los de la banda para animar al personal

  2. Cris dice:

    Genial!!!!
    y ese “Welcome to America” lo dice todo de tu noche estelar ayer jaja Una noche inolvidable: estos momentos en la vida no se repiten.

  3. John dice:

    Jorl…parece que has representado el madrepaís bien. Vamos los dos la próxima vez.

  4. Olga dice:

    Jajajajajaja!!!!!!!!!! Siempre me haces reir!!!!!!! Además …………nadie como tú tiene esa capacidad para conseguir que visualicemos tus correrias con todo lujo de detalles. Un beso

  5. Berenice dice:

    Me muero de la envidia

  6. Don Cucufato dice:

    Lo de las reviravueltas es universal, como sacar agua del pozo.

  7. Miguel dice:

    ¿Pero hay algo real? Menudo valor. Sobre todo la escocesa.

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