Dicen que el amor es como el fuego. Que el amor quema. Que arde en sí mismo consumiendo todo lo que encuentra a su paso. Que como toda quemazón duele hasta el límite de lo posible. Que se agarra al cuerpo y se extiende sin que nada lo pueda parar. Y aún así no queremos que se acabe. Seguimos alimentando el fuego porque sabemos que cuando el dolor se apaga, la piel queda irremisiblemente insensible para siempre.
Menos mal que siempre queda más piel, preparada para volver a quemarse.