Repaso mentalmente todos los hombres de mi vida. Una mezcla de El libro del buen amor enrarecida por un complejo quijotesco, amenizada por la constatación de que la vida es sueño. No tengo de ellos más que unos cuantos videos y fotografías. Y las fotografías ni siquiera ya están en papel. Nuestros momentos se han vivido siempre en presente, sin posibilidad de trascender, de que haya un futuro más allá del final. Y en todos ellos he admirado esa personalidad perfecta, impostada, confeccionada a la medida de mis deseos. Hombres de una pieza, si perdedores en la vida, siempre ganando en ser quienes son. Hace ya algunos años que todos empezaron a morir en carne mortal pero me queda su alma intacta, incólume, retrato del ideal que nunca se llega a alcanzar. No me quedan más que recuerdos que una y otra vez pasan por mi mente, sin posibilidad de cambiar, contando una y otra vez la misma historia, una historia que es muy mía, aunque jamás haya llegado a poseerlos. Robert, Burt, Charlton… pensaré en vosotros cuando afuera haga frío y el mundo se presente dolorosamente real.
Esos hombres son de película.