¿Saben toda esa gente que dice «a mí no me llama nada la atención Estados Unidos», «no lo considero un país genuino; todo es de plástico», «me parece horrible cómo viven», «no tienen cultura»…? ¿Saben…? En fin, yo soy todo lo contrario. A mí me fascina USA. Me fascina. Acabo de volver de un road trip a través de Tennessee, incluyendo Memphis y Nashville, y qué quieren que les diga, a estas alturas podría reclamar ser la hija de Jack Kerouac y estoy segura de que pasaría el test de paternidad. Cada persona tiene su época. La mía va desde 1910 hasta 1960 y se ubica en este país. Me da igual el estado. Todos y cada uno de ellos cuentan la historia de mi mundo. Estados Unidos se construyó en esos cincuenta años y también el siglo XX occidental. Los europeos siempre nos estamos quejando de que este es un país construido para los coches, ¿no? Pues let’s drive, baby, let’s drive.
Aunque siempre he tirado hacia el norte, ahí está toda la parafernalia de Nueva Inglaterra más Nueva York, que es mucho Nueva York, he de reconocer que mis últimas epopeyas por el sur del país están inclinando peligrosamente la balanza. Mucha gente tiene la visión de Estados Unidos como un país profundamente reprimido. En mi imaginario, USA es la nación de los rebeldes, la nación donde cada individuo tiene el derecho y el deber de luchar por su felicidad, a oponerse a todo orden establecido y que arda Roma. Y atacar la carretera es la mejor metáfora para expresar esa rebeldía. No se puede describir con palabras lo que siente dentro de un coche en USA. Las enormes autopistas de innumerables carriles, los Mustang que se apostan al lado de tu ventanilla, las inmensas planicies, los moteros adelantando con sus cazadoras de cuero bordadas al mejor estilo «americana». Los letreros de neones coronando cada carretera, los carteles verdes anunciando lugares dónde tuvieron lugar las mil y una batallas de la guerra de secesión, los letreros con forma de escudo advirtiendo de las carreteras interestatales. Y la música. Conducir en Estados Unidos tiene que estar adornado necesariamente por buen rock. Conducir en Estados Unidos requiere tener el pelo largo y un descapotable. Levantar los brazos, sentir el viento golpeándote con fuerza, y aún así ser más fuerte que él. Esa extraña combinación de naturaleza y máquina en que la que descansa todo el país. Las infinitas luces de colores recortando paisajes sobrecogedores. Me gusta conducir.
Escucho «Love me» de Elvis, y el ritmo acompaña el atardecer mientras me encamino hacia el ocaso. Soy tan rock and roll que sólo puedo ir hacia el oeste. Treat me like a fool, Treat me mean and cruel, But love me. Break my faithful heart, Tear it all apart, But love me. Voy bailando dentro del coche «I’ve been everywhere» de Johnny Cash, poniéndome de pie. Quiero alcanzar ese sol que se me escapa. Y el americano de turno frena su paso para pararse a mí lado, me mira lateralmente, sonríe y con solo un dedo toca su Stetson para saludar. Paramos en un pueblo perdido y entramos en un local que en teoría imita un negocio hostelero de rednecks en la era post-depresión. Yo creo que en realidad es un negocio hostelero de la post-depresión frecuentado por rednecks. Los hombres visten con petos vaqueros y uno detrás de otro agarran el ala de su sombrero cuando pasan a mi lado mientras pronuncian con su acento sureño la palabra «ma’am». Pedimos tomates verdes fritos y un helado sacado de un mostrador del siglo XIX. Cuando acaba la cena, me siento en una de las mecedoras que tienen en el exterior. Llega un ángel del infierno en sus sesenta. Me mira entre irónico y enternecido cuando me ve con mi cucurucho y mi camiseta con la old glory. Y me pregunta si quiero que me saque una foto. Sí, contigo. Inmortalizamos el momento entre una española viviendo el sueño americano y un americano directamente sacado de un sueño. Y nos internamos en pequeñas carreteras comarcales cuando ya se ha hecho de noche.
El camino es tan intrincado que algunas curvas tienen literalmente forma de espiral. Si en Galicia conducir por estos parajes se hace imposible sin pensar que de un momento a otro va a aparecer la Santa Compaña, aquí estamos esperando a que de pronto se presente el hombre del impermeable amarillo con su sierra eléctrica. Tantas y tantas películas… ¿Es una experiencia irreal, inventada? ¿Y qué? Yo lo estoy sintiendo. Lo estoy viviendo. Conducimos toda la noche entre palmas, country clásico, los pies descalzos sobre el salpicadero y la infinita carretera. Amanece. Amanece en USA un día más. Aún tanto por recorrer. Ruta 66, espérame.
La gente que dice que Estados Unidos no tiene cultura ha vivido en una cueva los últimos 200 años.
Y deberían seguir allí.
Una vida entera de Road Movie no llegaría para conocer toda la cultura estadounidense. Pronto vas a ser As american as an apple pie
A nuestra manera, todos somos un poco americanos. Todos aquellos que pese a todo no dejamos de soñar, somos un poco americanos.