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marzo, 2012

  1. Por qué hay que tener siempre la casa como los chorros del oro

    marzo 30, 2012 by Alejandra Juno

    Hay que tener la casa siempre impoluta por una simple razón. Si la casa está que parece un nido de monas, puede que no se aprecie con detenimiento si alguien ha entrado a robar. A simple vista parece una tontería, pero no lo es. Entras en el hogar de tus amores y aquello parece una convención anarco-capitalista. Te das una vuelta triunfal buscando el teléfono porque te lo has dejado dentro. Y de repente por ahí tirado en el medio y medio, un libro que no tocas por puro asco aunque es fundamental para lo que haces y más sorpresivo aún, el cajón de las medicinas abierto, cuando la última vez que te medicaste fue aquel día en que te pusiste de chocolate hasta los temporales. Y no encuentas las cosas, pero llevas tantos días con tanto caos sin encontrar tantas cosas, que no le das demasiada importancia. ¿Dónde está ese maldito teléfono? El ordenador por ahí abierto y las cámaras de fotos y el mp3, todo al tuntún. El perfecto muestrario de la desorganización. Y el Iphone sin aparecer. Haberse dejado el Iphone en casa ya es prueba suficiente de que estás en un momento en el que no sabes por dónde vas. Y es entonces cuando entras en la cocina y ves que la ventana está abierta. Y ahora sí que tienes la certeza absoluta de que tú no las has abierto. Y vuelves a ver en tu mente el ordenador y las cámaras de fotos y el mp3. Y entonces entiendes que… aún está dentro. E inmediatamente quieres llamar a la policía. Pero alguien que no eres tú tiene tu teléfono.

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  2. Dicen que el amor es como el fuego

    marzo 18, 2012 by Alejandra Juno

    Dicen que el amor es como el fuego. Que el amor quema. Que arde en sí mismo consumiendo todo lo que encuentra a su paso. Que como toda quemazón duele hasta el límite de lo posible. Que se agarra al cuerpo y se extiende sin que nada lo pueda parar. Y aún así no queremos que se acabe. Seguimos alimentando el fuego porque sabemos que cuando el dolor se apaga, la piel queda irremisiblemente insensible para siempre.

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  3. Mi gran noche redneck

    marzo 4, 2012 by Alejandra Juno

    Y se preguntarán ustedes qué es un redneck. Literalmente alguien con el cuello rojo de tanto trabajar al sol. En traducción del diccionario, un paleto. Visten con jeans, posiblemente botas de cowboy, suelen llevar viseras, a veces con estampado de camuflaje, y dependiendo de la zona del país parecen vaqueros o cazadores, con esos chalecos imposibles. Para mucha gente representa lo peor de USA. Para otros, el americano prototípico. Para mí… ¡hey, apuntadme! Es fácil vivir en NYC, con todos los brokers, los cosmopolitan, los trend-setters y los hipsters. Pero dónde se vive la experiencia americana, americana de verdad, es teniendo lo que hay que tener para entrar en un bar de rednecks.

    Yo no sólo tengo lo que hay tener, sino que me presenté allí vestida de Angus Young. Vamos, de colegiala, con mi falda escocesa y mi blazer negr0. Si vas a hacer algo, hazlo bien. El kilt pegaba en aquel contexto como a un Cristo dos pistolas, y perdonen la crudeza. Las afueras del bar atestadas de hombres, que yo juraría que llevaban la escopeta escondida en algún lugar bajo la ropa (no creo que se alegraran de verme), y un par de mujeres vestidas de Madonna en «Like a virgin». Regreso al pasado-pasado que nunca ha de volver. Como no creo que ese sea el atuendo oficial redneck para las féminas, me inclino a pensar que tenían algún tipo de fiesta temática. Yo, ante la necesidad, resuelvo tener la mía propia: AC/DC. Y mucho gesto de rock on.

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  4. El drama del escuchador

    marzo 3, 2012 by Alejandra Juno

    El drama del escuchador no está en el hecho de tener que escuchar durante horas. No está en el hecho de que por saber guardar silencio, eso le condene al silencio.  Su drama no está en el hecho de ser quien mejor conoce a perfectos desconocidos. Ni siquiera en tener que tener que compartir problemas particulares, ni en soportar dramas insoportables. Su drama no está en la soledad de no poder protagonizar diálogos, sino tan sólo de contemplar monólogos. Su auténtico drama es que a nadie le importa saber siquiera por qué escucha.

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  5. Por qué los sueños sueños son

    marzo 3, 2012 by Alejandra Juno

    No es una coincidencia que en español «sueño» como acto de dormir y «sueño» como ensoñación se designen con la misma palabra, pese a tener muy diferentes orígenes. Se trata de una cuestión de ensoñamiento del idioma. Para los frecuentadores de esta lengua tiene el mágico efecto de poder equiparar la cama con el cine. Tener sueño y ponerse a soñar es todo uno. Emplear tantas horas en una ocupación tan banal como el descanso sería una gran pérdida de energía. Otra cosa es ver películas.  ¿Qué hace el cine? Nos tiene soñando. ¿Acaso no es la fábrica de sueños? Nos hace creer que esas historias maravillosas nos pueden pasar también a nosotros, que es de lo que se trata el soñar. No en vano nunca ha faltado quien ha creído en el poder profético de los sueños. Que lo que se sueña esconde algún tipo de mensaje: lo que va a pasar o lo que no va a pasar, según convenga. Pero los sueños son ensoñaciones, siendo esa su mayor virtud: que se mantienen apartados de la vida real como si les fuera la vida en en ello.  Muy apartados pese a lo mucho que el soñador desee que vida y sueño fueran uno. Y esa es la peor parte de los sueños. Que se sueña con que lo que se sueña se pueda hacer realidad. Pero eso no es más que un sueño. No decimos «tengo realidad». Decimos «tengo sueño». Porque la realidad no nos pertenece, mientras que no hay nada tan nuestro como nuestros sueños. Por eso son ensoñaciones, porque son tan nosotros, que jamás podrán pertenecer a la realidad. El auténtico sueño está en creerse los sueños. Porque los sueños no son más que sueños y los sueños, como bien saben los frecuentadores de la lengua española, sueños son.

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