Me imagino en el desierto — pura, desnuda. Imagino el viento acariciándome el pelo mientras estoy de pie, esperando. Imagino el sol tocando mi piel e imagino el suelo rojo y el cielo azul. Imagino silencio y me imagino mirando al horizonte. Dirías que tengo la mirada perdida. Pero estoy esperando. Estoy esperando la promesa de la lluvia. Tú eres como la promesa de la lluvia. No eres más que un deseo. Y si alguna vez vinieras, tocarías mi cuerpo como lo hace el sol, resbalarías por mis brazos, mis piernas, mi pecho… dejarías pequeñas estelas en mi piel y desaparecerías de mí dejando no más que el deseo de ti. Siempre el deseo de ti.
Pues parece buen comienzo para, por lo menos, una novela corta.