La cogió por los brazos y apretó con fuerza. Empezaba a hacerle daño. Quería evitar por todos los medios que se fuera. Ya no se trataba de si estaba o no en la misma habitación. Hacía tiempo que había superado aquella nimiedad. Hubiera querido fundirse en su cuerpo e impedir que siguiera escindida. En su interior sabía que se pertenecían y le abrasaba la separación. Que no corriera el aire, que las sangres se mezclaran pasando de un cuerpo a otro, que fueran uno, que fueran todo.
No podía soltarla. Ella le miraba fijamente mientras se sentía el pulso en cada uno de los dedos. Ante la falta de reacción agitó los brazos. Como si cada movimiento le garantizara traspasar más y más su carne. Ella seguía lejos. No había nada que él pudiera hacer para amarla.
Una novela en ocho líneas, pero angustiosa.
Totalmente
Microliteratura brillante.